No sé si es que me gusta sacarle punta a todo, o que me estoy generando el hábito de vivir reflexivamente casi todo lo que me pasa. Lo primero sería un drama, qué quieres que te diga. Lo segundo estaría bien, no suena mal. Y sí, asumo que no tengo ni idea de si estoy en el primer punto, en el segundo o en los dos…
…espero no obsesionarme con esta dicotomía que se me abre, mientras tanto… trataré de sacarle partido a lo que me voy encontrando, como por ejemplo, dos anécdotas que he vivido y me han abierto la reflexión sobre lo efectivo o inefectivo que puede ser dar consejos, tanto para quienes los dan, como para quienes los reciben.
Por cierto, ¿Tú eres más de dar consejos o de recibirlos? [puedes contestar sinceramente, que nadie te está leyendo el pensamiento], ¿Qué sientes cuando das un consejo?, ¿Y cuándo lo recibes?… ¿No serás de ese tipo de persona que dice no dar consejos y en realidad avasalla a los demás “sugiriendo” estrategias para la vida, el amor y el destino…?
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Anécdota 1: El caso de la escuchadora impaciente
Hace unas semanas, acompañando a un equipo de trabajo, una de las personas que integraban el grupo compartía conmigo la inquietud sobre su “incapacidad” a la hora de poder dar respuesta a todas las demandas emocionales que recibía. Y es que esta persona, tiene la virtud de generar confianza en el resto de compañeros y compañeras en forma de conversaciones, esto es, una parte significativa de su equipo suele buscarla para “hablar”.
Realmente considero una virtud esta capacidad de atraer a otras personas siendo depositarios y depositarias de confianza. Encontrar a alguien así es una fortuna, ya que posibilita que los demás, solo con la herramienta de la ‘escucha’ tengan una perspectiva de sí mismos, no haciendo falta nada más.
Y es que cuando hablamos, contamos lo que sentimos, lo que vivimos, buscando las palabras adecuadas para expresar nuestro contexto personal, relacional y/o emocional, en ese momento, además de rebajar la posible carga emocional que estemos sufriendo, hace posible que tengamos perspectiva de nosotros mismos y nuestro contexto, como si nos viésemos desde fuera, como si nuestra visión se ampliara, solo con nuestras palabras y con otra persona que nos ESCUCHE. Así, el valor de quien escucha es máximo ya que posibilita que nos podamos escuchar a nosotros mismos.
Y no hace falta nada más. No hace falta que tengamos una solución para cada persona, un consejo para cada situación, una frase ‘sanadora’ que encaje cada momento, no hace falta… porque todo eso nos iría desgastando poco a poco la ‘virtud de la confianza otorgada’, nos agotaría emocionalmente, y quizás, nos haría asumir responsabilidades que no son las nuestras contagiándonos en exceso de ‘cargas’ que no nos corresponden.
Quizás, en estos casos, la mejor forma de cuidarnos y cuidar a los demás es ESCUCHANDO y GENERANDO PRESENCIA, ACOMPAÑANDO, nada más y nada menos, sin injerencia, dejando y apoyando los procesos reflexivos de los demás, y facilitando la responsabilidad de la otra persona con respecto a sus contextos.
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Anécdota 2: El fabuloso caso del ‘consejo infalible’
Hace unos días me tocó de cerca vivir una situación crítica de carácter personal, una de esas situaciones que puntualmente acercan a amigos, conocidos, etc., una de esas situaciones en las que sin pedir consejos, siempre te cae alguno… la mayoría se esfuman, fruto de la buena voluntad de la gente y del ‘no saber qué decir en el momento’ (aún no haciendo falta decir nada). Otros, en cambio, son lo que Saramago llamaba, con cierta ironía, ‘pepitas de oro’, refiriéndose a consejos del tipo: decirle al que está nervioso “tranquilízate”, al que está triste “alégrate”, o al que está enojado “no te enfades”… así, como si nada. En el caso del que os hablo la frase fue “tú lo que tienes hacer es tomártelo con tranquilidad”.
Como decía anteriormente, el valor de la ESCUCHA está en la capacidad de dejarle espacio a la otra persona, generando presencia, haciéndola sentir acompañada, y no desviando el eje del momento hacia ti cuando el momento no es el tuyo. Nada más.
El ‘consejo infalible’ es el que se basa en lo evidente, en el atajo que no se puede coger, en la solución rápida y lógica… pero que no tiene en cuenta la realidad emocional de la otra persona y retrata una falta de empatía del consejero o consejera, en la que prima más el “quedarse tranquilo o tranquila” que la efectividad de sus palabras en quien recibe el ‘absurdo consejo no pedido que genera más ansiedad que otra cosa’.
Soltarle una ‘pepita de oro’ a alguien es no tener en consideración la realidad emocional del otro, su contexto, los recursos que pueda tener activados o desactivados, ninguneando sus sentimientos y su momento.
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Generar valor en los demás
Pareciera como si en el primer caso, el querer dar consejos a todo el mundo agotara al consejero o consejera, como si la necesidad de corresponder a la confianza que los demás depositan en uno tuviera que ser en forma de solución. Una locura. Por otro lado, en el segundo caso, el consejo parace una forma de dejar constancia con una ‘firma en el libro de visitas’ de la otra persona, un dejar testimonio tipo ‘yo estuve contigo’, una solución rápida y facilona a la hora de afrontar un momento social emocionalmente relevante.
En uno y otro caso, nos hacemos protagonistas de un contexto que no es el nuestro, superponiéndonos a la realidad de los sentimientos ajenos.
Poner en valor al otro a través de nuestra presencia no requiere palabras, ni fórmulas, ni consejos. Requiere ESTAR, escuchar, darle sentido a nuestro silencio cuando estamos siendo depositarios de la confianza de otra persona. Generar valor en los demás no tiene nada que ver con tratar de imponer nuestro catálogo de experiencias y vivencias al otro, por si acaso le sirvieran. El que a ti te sirviera una estrategia no implica necesariamente que le pueda servir al otro.
A veces, quizás en demasiadas ocasiones, proyectamos en los demás y eclipsamos emociones y sentimientos ajenos, proyectamos deseos, experiencias propias, vivencias, soluciones,… en vez de escuchar, o como mucho, apoyar la reflexión con palabras y gestos que inviten a la otra persona ‘el seguir escuchándose’.
Porque escuchar no consiste en asumir cargas ajenas, ni deslucir los sentimientos del otro.
Porque escuchar es la mejor estrategia, mucho mejor que dar cualquier tipo de consejo.
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Procesos y Aprendizaje
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Cuando sobran los consejos
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Foto de cabecera extraída de pixbay.com
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El “toma y daca”, querido amigo, siempre ha sido la manera de avanzar en la vida, bien a base de intercambios comerciales, culturales y de opinión. Aprendimos con el boca a boca, por la comunicación, hasta que alguien, dicen que fenicios, comenzaron a especular, y así hasta la fecha actual.
Dar consejos y recibirlos sigue siendo una manera muy atractiva de aprender para rodos aquellos que reconocemos que debemos seguir aprendiendo y, para ello, sigue siendo importante escuchar con humildad.
Hola Benito,
Comparto 100% tu enfoque, me encanta la referencia al nacimiento de la “especulación”…a mí, personalmente, aún reconociendo la importancia de los consejos, me parecen un instrumento peligrosamente fácil de convertir en intento de proyección de actitudes, creencias, etc…. sobre todo en los momentos en los que a veces, sobran los consejos y simplemente deberíamos estar para ESCUCHAR… que es la mejor herramienta para apoyar a alguien que conozco hasta ahora. Un abrazo!!