Los psicólogos hablan de emociones autoconscientes cuando se refieren a emociones que surgen de una autoevaluación previa que la persona hace de sí misma. Esto es, la persona calibra su actuación en base a una serie de criterios propios que configuran lo que para ella es ‘lo correcto’.
En fin, que cuando haces algo te examinas, y si te das el aprobado aparece el ‘orgullo’ (y en el peor de los casos la ‘arrogancia’), pero si consideras que tu actuación no responde a lo que tú consideras ‘lo adecuado’ surgen la ‘culpa’ y la ‘vergüenza’.
Particularmente, este tipo de emociones al ser ‘autoconscientes’ y surgir de una ‘autoevaluación‘, me parecen especialmente relevantes para dos cosas:
En primer lugar, para el autoconocimiento y para considerar qué carta de principios morales es la que está rigiendo mi conducta, cuál puede ser su origen y en qué casos me limitan o me potencian.
En segundo lugar, para tomar conciencia de la repercusión de estas emociones en la consecución de mis objetivos, ya que algo tan intangible como una autoevaluación basada en unos criterios propios (la mayoría de las veces inconscientes) es lo que termina dibujando en gran medida el camino, los atajos y por supuesto los obstáculos hacia nuestras metas.
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De estas emociones, personalmente me llama mucho la atención el impacto que tiene la ‘vergüenza’ en la consecución de nuestros objetivos, ya que esta emoción afecta directamente a nuestra autoimagen, a nuestras iniciativas, a nuestra forma de avanzar y a la manera de digerir las dificultades naturales con las que nos vamos encontrando.
…y es que entre tener vergüenza y no tenerla, existe una zona ideal para optimizar nuestras competencias y potenciarnos hacia nuestros logros… de la capacidad que tengamos para ubicarnos en ella de una forma u otra dependerá en gran medida nuestro propio desarrollo.
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La vergüenza
Lo jodido de la vergüenza es que aparece tras una autoevaluación negativa de carácter global que nos hacemos a nosotros mismos (Manual de Psicología de la Emoción Ed. Ramón Areces). Al decir de ‘carácter global’ hablamos de que es una evaluación genérica de uno mismo, esto es, que no se centra en algo concreto y específico, por eso la vergüenza es tan ‘escurridiza’ de gestionar.
En otras palabras, la vergüenza surge cuando consideramos de una forma genérica que en determinados contextos ‘no estamos hechos para dar la talla’… preocupándonos en exceso, además, las posibles repercusiones sociales que tenga esta supuesta ‘incompetencia’ y la retroalimentación de la misma en este sentido.
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Me arrugo
Claro, la experiencia de esta emoción no es muy agradable, y lo que uno quiere es largarse de ese contexto en el que no nos sentimos cómodos, lo que queremos es esfumarnos, desaparecer e incluso evitamos este tipo de situaciones a toda costa (a pesar de que en ocasiones son situaciones que necesariamente tenemos que afrontar).
Dice la Profesora Itiziar Etxebarria en el manual referenciado anteriormente, que este estado de vergüenza “…provoca la interrupción de la acción, una cierta confusión mental y cierta dificultad, cierta torpeza, para hablar…”, en definitiva, percibimos la situación que nos hace sentir vergüenza como un ‘ataque global’ hacia nosotros, con lo que intentaremos librarnos de ese estado emocional sea como sea…
…pero claro, como os decía antes, lo puñetero de esta emoción es precisamente su ‘carácter global’, y librarse de ese estado emocional no es fácil.
…¿lo más fácil?… montarnos nuestra propia película de los hechos y contarnos un cuento (“…yo es que de pequeño tuve un esguince y prefiero no bailar ahora, para no forzar, por salud…”), reinterpretarnos a nosotros mismos (“…no, no bailo, es que yo no soy de música disco, solo bailo música afrogrecolatinocantonesa, pero no la ponen en ningún sitio, qué rabia…”), o simplemente escaquearnos, huir, no afrontar (“…qué pena, me encantaría ir, pero es que hoy me comprometí conmigo mismo a ver un vídeo de youtube muy bueno y no quiero fallarme…”).
…y lo dicho, lo peor de todo esto es que lo que no se afronta, se repite.
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Anulando el efecto de nuestra kryptonita
Averiguar cuál es el origen de nuestra vergüenza y de qué está hecha, para posteriormente gestionarla y zafarnos de su poder limitante, es parecido a tratar de averiguar de qué se compone la Kryptonita… esa que nos quita la fuerza, las energías y nos bloquea.
Una de las primeras estrategias pasa necesariamente por tomar conciencia de qué valores son los que están operando tras nuestra “vergüenza” y reconocer su impacto sobre nuestras conductas y resultados. Probablemente sean valores que en ocasiones nos aporten mucho en nuestra vida, pero no podemos obviar que detrás de un valor opera su ‘contravalor’… a veces con la misma fuerza o más que el propio valor… y ese contravalor es ‘kryptonita’ pura para nuestras competencias.
Tampoco está mal calibrar nuestra verdadera capacidad de aprendizaje, entendiéndola como la capacidad que tenemos de asumir los errores inherentes a cualquier proceso en el que adquirimos o desarrollamos competencias, las aplicamos y/o hacemos uso de ellas. Y es que sin error no hay aprendizaje, nadie acierta a la primera (y la mayoría ni a la segunda o tecera…). Si no aceptamos el error y el fracaso cuando nos ponemos en marcha estamos dinamitando nuestra capacidad de aprender. Desarrollar nuestra capacidad de aprendizaje es también una forma muy efectiva de gestionar nuestra vergüenza.
Por último, tampoco está mal admitir nuestras imperfecciones y considerar que a pesar de ellas vamos a ser aceptados por los demás. Nos quieren, es así, y a pesar de lo imperfectos que seamos van a seguir hablando con nosotros, interactuando con nosotros y contando con nosotros en la medida que nosotros también aceptemos nuestra imperfección como algo natural, no como algo ‘patológico’… eso sí, recuerda que para que esto funcione en primer lugar debes salirte del traje de ‘víctima’ (el rollo victimismo quema) y en segundo lugar debes admitir las imperfecciones de los demás… con toda la naturalidad del mundo, y listo.
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El lado positivo de la vergüenza
Por último, no está mal admitir que la vergüenza tiene su lado positivo. En su justa medida, y tal y como nos cuenta la Profesora Etxebarría, la vergüenza tiene una importante función autorreguladora de nuestro comportamiento, vamos que nos permite ponernos en nuestro sitio y afinar nuestro sentido de la prudencia.
En otras palabras, “la vergüenza nos protege de la conducta inconveniente” y en este sentido, resulta muy adaptativa, como dije antes… en su justa medida.
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Ahora bien, tú mismo, tú misma… Cuando la prudencia nos come, no es prudencia es vergüenza. Y cuando la vergüenza nos paraliza… quizás nos hayamos pasado a la hora de redactar nuestro propio manual de instrucciones… llenándolo de normas exageradas, expectativas sobrepasadas y unos procedimientos que no nos están dejando aprendernos y desarrollarnos.
Atrévete…
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Procesos y Aprendizaje
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El impacto de la vergüenza sobre mis objetivos
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Imagen de Schaloko vía Pixabay
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Me decían de pequeño que, “quien tiene vergüenza, ni come, ni almuerza” y eso me causó una importante impresión porque siempre me gusto comer. Claro está, que de ahí a la desvergüenza, hay solo un paso, el de tu propia autosuficiencia mal entendida, esa que nos permite dulcificar la mentira para conseguir el objetivo.
Desde que leo a David percibo como si algo me hubiera faltado en mi infancia, menos mal que existían los refranes, esos dicho populares que provenían de la experiencia y que ahora los psicólogos, los sociólogos y las gentes bien pensadoras nos explican con claridad científica. Gracias amigo.