No hay mayor desconsideración hacia alguien que hacer a una persona invisible cuando está depositando en ti su confianza. Y hay muchas maneras de hacerlo, algunas más directas, otras más sutiles y otras especialmente dañinas, como arrebatarle su tono emocional, enfundártelo como si fuera tuyo y después devolvérselo usado y desgastado.
Me refiero a situaciones en las que estás contando algo importante y emocionalmente relevante sobre ti y recibes una contestación del tipo “…a mí me pasa igual…”, “…yo también…”, “…lo que tienes que hacer es…” o cualquiera de las múltiples variantes que la riqueza de nuestro lenguaje permite y que no hacen otra cosa que vaciar de importancia lo que cuentas, sintiéndote despreciado en ese momento.
Son exactamente las mismas situaciones en las que alguien nos está contando algo importante y nuestra respuesta consiste en ponernos a hablar de nosotros mismos, lo que nos pasó o lo que le pasó a un primo nuestro en las mismas circunstancias. Es igual. Es nefasto.
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No es empatía, es egocentrismo
Hay muchas formas de demostrar que no estás escuchando. Algunas pueden ser más físicas y evidentes, como no mantener el contacto visual con el que habla o no responder a una demanda, pero como siempre, las que más impacto negativo causan son las formas emocionales en las que demostramos que no estamos escuchando.
Cuando participas de una conversación en la que alguien te está contando algo importante y significativo y las respuestas que das se basan fundamentalmente en tus propias vivencias, experiencias o en lo que a ti te ha pasado lo único que haces es desplazar el eje de la conversación a ti y ningunear los sentimientos y emociones de tu interlocutor o interlocutora. No te engañes, te importa más tu experiencia que lo que te están contando.
Frases del tipo “…a mí también me pasó…”, “…conozco a alguien que le ocurrió lo mismo…”, “…lo que tienes que hacer es…”,… dejan al otro en un ‘fuera de juego’ emocional desconcertante y terminan por agrietar una confianza que en el peor de los casos (si la pauta se repite) puede acabar rompiéndose.
No está mal hablar de uno mismo, fundamentalmente dentro de su contexto y en su justa medida, pero sí es desolador colocarse en el centro de una experiencia que no es la tuya y usurpar las emociones ajenas.
…joder, y es que parece que hay gente que ha vivido todo lo que a ti te ha pasado y te pasa, y si hay algo que no le ocurrió seguro que conoce a alguien que también le pasó. Vamos, que ya se sabe el final de tu propia película e incluso puede que lo que a ti te ocurra no sea para tanto, o sea menos gravoso de lo que tú mismo te crees…
Y no, no tratemos de venderle la moto a nadie, que no se trata de empatía ni de demostrarle a la otra persona que sabemos cómo se siente… que no, que no es eso. Ni tampoco de instruirla con nuestra propia experiencia para que se aproveche de ella, porque probablemente nadie nos haya pedido que seamos maestro de nadie en los momentos en los que nos toca escuchar.
Cuando te colocas delante de la otra persona, o la otra persona se coloca delante de ti, ese solapamiento nada tiene que ver con una relación sana y fluida, ni con una escucha activa o emocionalmente efectiva.
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Sé el protagonista de tu vida, y no de la vida de los demás
Estoy convencido de que la mayoría de las veces se hace de manera inconsciente. Es como los tics, que no se controlan en un principio pero marcan nuestra comunicación. Son una señal de nuestra manera de interactuar.
Creo que hacer continuas referencias a uno mismo en las conversaciones es una manera de manifestar determinadas carencias personales, necesidades no cubiertas que necesitan ser satisfechas a través del ejercicio de un protagonismos que a veces no nos corresponde y que cuando es muy acentuado puede resultar grotesco.
Resulta interesante, además de ser un ejercicio de autoconsciencia que estimula el autocontrol, mantener la atención en nuestro estilo de respuesta cuando alguien está confiando en nosotros y nos está contando qué le pasa. Es un ejercicio muy potente observar cómo respondemos y hasta qué punto mantenemos el centro en la otra persona.
Cuando hablas y/o respondes, ¿Qué porcentaje de la conversación versa sobre ti mismo? ¿Lo sabes? ¿Te has planteado esta pregunta alguna vez? ¿Te atreverías a observarte durante unos días? ¿Hablas demasiado sobre ti cuando respondes a alguien?
Ojo, y no solo me refiero a responder con una anécdota propia, también me refiero al hecho de decirle a la otra persona lo que tiene hacer o cómo creemos que debe actuar, formas sutiles de querer arreglarle la vida a alguien al mismo tiempo que dejas de escuchar lo que necesita contarte. En este sentido me quedo con dos frases, una de Alfonso Alcántara “un consejo no solicitado es una crítica”, y otra de mi abuela “más sabe el loco en su casa, que el cuerdo en la ajena”.
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Y es que a veces, no hay mayor acto de empatía que simplemente estar y acompañar. Hacernos sentir en silencio y poner a disposición de la otra persona toda nuestra atención. Es solo eso. No hay que decir nada. Las recetas… que la den los médicos.
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Y yo también, a mi me pasa igual, lo que tienes que hacer
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Excelente propuesta David, para reflexionar…y mucho.
Un brazo
Gracias Mª Angeles, un saludo!!
Gracias
A ti Ana, un besazo!!
Nos vemos pronto, David.
De repente planteas que igual, y solo igual, el aprendizaje por imitiacion que queremos imponer no es la mejor opción.
Vaya, vaya…otra pildorita para seguir en el camino de aprender a desaprender (jajaja)
Gracias de nuevo
Gracias a ti Elena, de corazón.
Por sacarle provecho al artículo y por compartir tu reflexión, un abrazo.
@davidbarreda_db
Buen artículo, David. Una situación cotidiana abordada con profundidad. ¡Cuantos consejeros/as a nuestro alrededor! Lo más complejo no es que te aconsejen, sino que son consejos “vinculantes”, como yo digo. El simple hecho de recibirlos (no te queda otra) genera unas expectativas en el consejero, que si no se cubren, hace que reaccione con cierto malestar: “te lo dije, que lo hicieras así”.
Hola Ricardo!
…me gusta ese concepto de ‘consejos vinculantes’, dan para otro post!!, qué razón tienes en cuanto a las expectativas que genera en el consejero el mero y simple hecho de atenderlo y escucharlo.. uff.. interesante.
Saludos y seguimos!
David Barreda
Gracias por este artículo y esta reflexión de David Barreda, puesto que efectivamente a veces se cuela como un tic y de forma inconsciente y terminamos haciendolo y dejando de escuchar para hablar de nosotros mismos. Yo particularmente es algo que intento prácticar, sobre todo con mis hijos y reconozco que a veces cuesta porque tu cabeza va llena de pensamientos e información que quieres transmitir y que te hacen hablar sin escuchar. Siempre aprendiendo.
Hola María José,
Muchas gracias por comentar el post. La verdad, creo que es una cuestión de hábitos. También considero que es normal que a veces la atención se nos desvíe… lo mejor de esto es hacernos conscientes de ello, y entrenarnos… esto es entrenable, lo podemos aprender, como tú dices… siempre aprendiendo.
Un abrazo,
David